Una luz por la paz
Por: Germán Flor Cevallos
Rusia invade Ucrania. Miles de seres humanos con uniforme militar se enfrentan con otros miles de seres humanos con uniforme militar distinto. En un día de combate, algunos de ellos mueren, otros quedan mutilados y muchos pierden la razón. En ocasiones, una bala, un tanque o un misil se cruzan con alguna persona sin uniforme, «daño colateral» le llaman técnicamente y le está prohibido a un soldado que ese hecho lo distraiga, debe ser un profesional y tragarse las lágrimas, porque en las guerras hablan los generales y el armamento bélico, mientras la razón y los sentimientos deben callar.
¿Se conocen entre sí esos muchachos que pelean y se desean la muerte? ¿Tienen ellos un conflicto tan grave que no lo pueden resolver hablando? ¿Acaso son androides que no tienen padres, hermanos, hijos por los que vivir?
Este escenario de horror parece ambientado a inicios del anterior milenio, en el que la única manera de resolver conflictos era la de demostrar quien era más fuerte, más decidido y más primitivo. Pero no, sucede ahora, en el año 2.022, en la época en la que la humanidad se prepara para dejar su cuna planetaria y aventurarse hacia otros mundos. Y sucede en la vieja e intelectual Europa, allá donde se desarrolló gran parte de nuestro legado histórico y cultural.
Nuestra evolución natural no fue perfecta, nos dejó una parte de cerebro primitivo herencia de nuestros antepasados remotos. Esa parte del cerebro, tan útil para ayudarnos a sobrevivir en el tiempo de la cavernas, ahora nos juega una mala pasada: toma el control de nuestros líderes. Ellos piensan que sus afanes de defender la territorialidad, la geo política y su super ego, son más importantes que el riesgo de perderlo todo. Ellos tienen el control sobre las armas y los ejércitos. Ellos, que son pocos, pueden decidir acerca de la vida y de la muerte de muchos.
Nosotros, la inmensa mayoría de seres humanos, los silenciosos espectadores de la tragedia, quizá no podamos cambiar el curso de la historia. Pero si podemos, desde nuestras pequeñas trincheras, encender una LUZ POR LA PAZ y advertir de los peligros de la guerra.
Quino, el genial caricaturista argentino escribió lo siguiente: «Una pulga no puede detener una locomotora, pero si puede llenar de ronchas al maquinista».