Ser sabio no quita ser valiente
De: Eudófilo Costales Samaniego
“Riobamba en el Tiempo”
Riobamba – Ecuador
1976
La villa de Riobamba, por el año de 1720 a 1743, era una de las mas prosperas de la Real Audiencia de Quito, tanto por su agradable fisonomía urbanística, así como también, porque se habían avecinado en ella, gente de importancia social, política y económica.
Familiares de “rancio abolengo” y acaudaladas habían levantado sus casas “solariegas”, edificadas a la usanza española, en las que, las ventanas jugaban un papel importante para la arquitectura, ya también para la parte sentimental, porque ellas eran testigos de tanta promesas, requerimientos, dudas y desasosiegos amorosos y en sus rejas dejaran los “cultados”, sus quejas y lamentos y la vihuela desgranara sus acordes.
La vida diaria de los moradores era algo monótona y ociosa, se diluía en vigilar sus haciendas, o en su defecto en agradables tertulias, saraos, aventuras amorosas y prácticas religiosas, a las que estaba dedicado la mayor parte del tiempo, especialmente de las amas de casa, hijas de familia y servidumbre. Solamente el indio soportaba la carga del quehacer diario, el no tenia descanso porque se “levantaba con los gallos” y se acostaba muy entrada la noche, por su condición de indio y porque había caído en la esclavitud sin motivos.
Sus calles algo tortuosas y no delineadas “a cordel”, como solían hacer los españoles, porque adoptaron la ciudad a la ya edificada por los aborígenes, soportaban el diario trajinar de las acémilas y recuas y el ambular continuo y continuo de los vecinos por la conquista.
Muchas fiestas religiosas eran celebradas con pompa inusitable, en que no faltaban los toros, la pela de gallos, la carrera a caballo y otras diversiones propias de la época, sobre todo, el derroche que hacían los priostes.
Custodiada por las cinco colinas, se extendía cada vez más y más. En centro estaba ocupado por las grandes iglesias y conventos, la casa de gobierno, el cabildo y construcciones particulares de familias “solar conocido”, que ostentaban un hijo extraordinario y tenían los adornos interiores importados de los grandes centros productores de Europa y Asia. No era raro ver, los pisos de los aposentos cubiertos de alfombras persas, cortinas de Francia y enseria española, así como jarrones de plata, bajillas del mismo metal y cristalería de Italia y Suiza.
Los riobambeños soberbios y rebeldes vestían con lujo y elegancia; y, qué decir de la hermosura de las mujeres, la virtud y el donaire que reflejaban a s paso, que le convirtieron a su cuidad natal en el centro de la nobleza, la hidalguía y la elegancia, razones estas, que hacían que de todas las demás ciudades de la Audiencia, acudiesen para admirarle, adorar a sus mujeres y estimar a sus hombres.
Era la ciudad de Riobamba, a la época a la que nos estamos refiriendo, el centro de la nobleza de la colonia y la poseedora de todas las cualidades y calidades, que se pueden exigir con honor y orgullo.
Toda tenia la ciudad, nada le faltaba, porque los vecinos y moradores de ella, se preocupaban con diligencia y entusiasmo por dotarle, cuando algo le hacía falta, para seguir manteniendo la primacía que había adquirido desde su fundación y desde mucho antes.
A pesar de esa apacibilidad, de ese afán de superación, del carácter y sensibilidad de sus habitantes, no falto quien viniera y sembrar el desasosiego, la intranquilidad y el peligro, no solo en la ciudad sino en toda la comarca y el personaje que vino arromper la habitual apacibilidad, fue AGUSTIN ARGUELLO. Este hombre oriundo de Riobamba, intranquilo tal vez, por su escasa economía porque su tendencia era la de causar el mal, había formado una cuadrilla de ladrones y salteadores, que pusieron en alerta a todos los que transitaban por los diferentes caminos que conducían a la VILLA y a todos los habitantes de la misma, porque su osadía no tenia limitaciones, cuando trataba de robar y causar daño al prójimo.
El camino que conducía a Tome bamba, el que llevaba a la costa por las “yungas” de Pallatanga, el que se dirigía hacia el norte hasta Quito y mas allá, el que pasaba por el temido y bravo Puyar, para llegar de aquí hasta Bodegas(Babahoyo), eran los preferidos, por este bandolero que no temía “a Dios ni al diablo”.
Era tanta su audacia, que en franco desafío a las autoridades de policía y santa hermandad, mas de una vez, dejó burlados, cuando parecía que iba a ser aprehendido, para cumplir con el orden dada por su merced el Señor Corregidor y en general, de toda la ciudadanía. Su presencia en los caminos que convergerían a la ciudad, era un verdadero peligro para los que tenían que realizar viajes.
Don Pedro Vicente Maldonado y Sotomayor, como reza un documento:”después que en sus primeros años hizo estudios con buen crédito en el Real Colegio de San Luis y se restituyo a la Villa”; se dedico de lleno a buscar su mejoramiento y tomo en serio sus estudios, para llegar a ser lo que fue en la posteridad, un sabio de cuya fama se honra, no solo su tierra natal Riobamba, sino del Ecuador y de la América española.
Por ese entonces desempeñaba el sonorísimo cargo de Alcalde Ordinario de la Villa su padre e General Don Pedro Maldonado, de la Orden de Alcántara, quien molesto por las fechorías del salteador Agustín Arguello y mas, porque este había realizado un cuantioso robo en el camino que de Riobamba conducía a Bodegas, a uno de los más prestigiosos ciudadanos de la urbe; sin ninguna dilación y con la presteza que el caso requería, organizo la Santa Hermandad y Policía, que reforzada por otras personas del gobierno y administración y algunos voluntarios, resolvieron capturar a tan temerario bandolero.
Esta expedición estaba dirigida por el señor Alcalde Ordinario y el Alférez Real, General Don Juan de Villavicencio. Tras muchos aprestos y preparativos y con la noticia segura del lugar en el que se encontraba el bandido; se encaminaron en forma directa a las faldas del famoso Puyal, pasando por Cicalpa (hoy Cicalpa viejo), y por terrenos de la actual hacienda de “La Compañía”.
Entre los integrantes voluntarios de la expedición estaba Don Pedro Vicente Maldonado y Sotomayor, con la inquietud propia de su juventud con la conciencia del hombre que quiere reparar las injusticias y con la ansiedad de la aventura y el peligro. Estaba por otra parte, en compañía de su padre el Alcalde Ordinario de la Villa y del Alferez Real (su tío), y obtuvo se le conceda esta participación, porque quería el restablecimiento del orden alterado con la presencia de este bandolero.
La personalidad de Agustín Arguello, su nacimiento, su crecimiento y el ingreso al bandalaje, no nos cuentan los documentos que posemos a mano, pero es seguro su origen riobambeño y que es su nacimiento y crianza tuvo lugar en esta ciudad. Su entrada en esta vida el hampa, los motivos que le indujeron no podemos asegurar, que se constituyo en el terror de estas comarcas, su audacia e inteligencia en cometer los atracos y en despojar de sus haberes a las victimas seleccionadas, son evidentes.
Podemos asegurar que debió haber sido hombre curtido por los elementos naturales, porque el clima y la geografía en la que opera eran recios y esta reciedumbre, debió haber influido poderosamente en su aspecto físico, mental y espiritual.
Que conformo la cuadrilla de salteadores a su mando, de acuerdo a sus necesidades es lo lógico y natural, porque nadie más que él podía darse cuenta de las personas que le servían para tal actividad, además, de las diferentes especialidades que debieron tener cada una de sus integrantes.
Pedro Vicente Maldonado, dirigido por algunos conocedores del lugar, tomando las precauciones necesarias va estrechando un cerco, hasta que de pronto se encuentra frente a frente a Agustín Arguello. Con presteza, arrojo y temeridad, que solamente es demostrado por el hombre en circunstancias especiales, cuando ha soportado una gran tragedia o dolor inmenso, se lanza a una lucha cuerpo con el bandido.
De parte y parte se suspende el fuego y solamente se mira la lucha de dos hombres decididos a vencer. Pedro Vicente Maldonado, con agilidad pasmosa, haciendo gala
de su juventud, de su fuerza muscular y de una voluntad suprema, tras una fuerte lucha en la que se manejan los puños, la astucia y otras estrategias, logra dominar el famoso salteador y les entrega a las autoridades.
Los integrantes de la banda de Agustín Arguello, ante lo sucedido unos se someten a la autoridad y otros fugan como siendo muertos algunos de ellos.
Muy entrada la tarde, volvió a la expedición conduciendo el cadáver del Alférez Real Don Juan de Villavicencio, con el respeto y los honores del caso. Muy atrás venia el bandido Agustín Arguello, fuertemente atado y escoltado por los hombres de la “Santa Hermandad” al igual que algunos de sus compañeros.
Pedro Vicente Maldonado, cabalgando junto a su padre el Alcalde Ordinario de la Villa, tenía en su alma una pena grande por la muerte de su pariente, pero a su vez se encontraba satisfecho, por haber contribuido a la captura del hombre que estaba sembrando la intranquilidad y el desasosiego en toda la comarca de su tierra natal.
Poco tiempo después, Agustín Arguello fue sentenciado y ejecutado como lo disponían las leyes de ese entonces y su memoria quedo en el recuerdo de los riobambeños como algo trágico y despectivo, especialmente entre los familiares y amigos del Alférez Real.
Pedro Vicente Maldonado, siguió dedicado al estudio y a la investigación con ahincó y voluntad, para ubicarse en la posteridad tal cual le conocemos.
Los riobambeños agradecidos por todo cuando había hecho Pedro Vicente Maldonado, el 5 de marzo de 1743, informa a su majestad el rey de España sobre los servicios prestados por el gobernador de Esmeraldas a su causa y entre ellas destacando el hecho que referimos.
Con el mismo celo en el año de 1734, siendo Alcalde Ordinario de Primer Voto y Teniente General de Corregidor de la Villa, persiguió a los salteadores y malhechores y entregó la paz y la tranquilidad a los habitantes de su querida ciudad de Riobamba.
La solicitud a la que hacemos referencia, fue dirigida desde Riobamba, firmada por las personas más destacadas de la época, entre ellos, José Núñez del Arco, José Antonio Villavicencio y Thorres y muchos otros.
Así pues, Don Pedro Vicente Maldonado demostró para su tiempo y para todos los tiempos, que el ser sabio no quita ser valiente.
Fotos: @gcamelos