El Luterano de Riobamba

La cueva del Luterano, cerca de Guamote. Foto: @gcamelos

Por: Laura Pérez de Oleas
Fotos: @gcamelos
Tomado del libro: «Riobamba: del Luteranoa al terremoto» de Juan Carlos Morales Mejia

Van dilatándose las aguas sobre los campos a igual que en la vida va extendiéndose el dolor. Ruge el río sobre su cauce, rompe los obstáculos para corretear libremente por las llanuras, y las ráfagas de viento encrespan la superficie de las aguas que forman en sus cercanías pequeños lagos sin bordes. Mas allá el lago enorme, el Lago de Colta, tiene un aspecto imponente de calma refinada y cruel, y en los días invernales agolpase las nubes sin dejar ver el cielo, como si quisieran quitar todo consuelo y esperanza a los que aprendieron a mirar con fe las altas regiones de lo infinito.

En la lejanía duerme el pueblo descuidado, mas lleno de sinsabores que de encantos. Buenas gentes cuya vida se hace sin ventanas abiertas a la calle ocupan las humildes y bajas casitas de adobes que le dan el aspecto de poblado. Distante algunos kilómetros del Corregimiento de la Villa del Villar Don Pardo, el pueblo de Guamote esta casi olvidado de la civilización. Faltan diez años para que sea fundada la Villa de Riobamba y, por lo tanto, sus alrededores están aun en completo estado de abandono.

Por los años de 1.571 a 1.575, más cercana al Lago de Colta que a Guamote, había una cabaña, que, decían los indios del lugar, fue hecha por el diablo, pues sin que nadie la viera construir, un buen día apareció en un sitio maravilloso por su frondosidad y por el cual se deslizaba un hilo de plateadas aguas. La casita ostentaba una arquitectura desconocida para los moradores de la región, puesto que fue empleada la madera en reemplazo del adobe y tenía dos entradas: la una junto a la orilla del riachuelo, y la otra, dando salida hacia la maraña espesa e intrincada típica y especial de los bosques sub-andinos. Un caballo morcillo pacía tranquilo junto a la cabaña.

No menos raro e inquietante era el personaje que la habitaba: un hombre alto, fornido, de cabello, barba y patillas rojizos; de ojos pequeños, azules y penetrantes; tez que seguramente fue muy blanca, pero que estaba oscurecida por la intemperie. Su nariz de corte aguileño exagerado, la boca hundida de labios finos y mentón saliente dábanle un aspecto de ave de rapiña. Su vestimenta era una especie de casaca de cuero que le llegaba hasta las rodillas; usaba botas militares que le tapaban toda la pierna. La cabeza la llevaba cubierta por una especie de bonete o gorro de negro hule sujeto por un cordón a la barbilla.

Viósele merodear por las cercanías del Lago de Col­ta, seguido de un perro, recogiendo flores y plantas silvestres que las metía en una gran bolsa que colgaba de su cuello. También recolectaba mariposas, insectos y sabandijas; estos los depositaba cuidadosamente en una caja que llevaba bajo el brazo.

Viajes distanciados a Guamote y Riobamba en busca de provisiones hacia este extranjero que hablaba bien el castellano; pero con marcado acento alemán. Entonces se supo algo de su vida, su nombre, nacionalidad. Se dijo que se llamaba Sibelius Luther, que era austriaco, que un íntimo drama, o mejor dicho, un crimen pasional en el cual fue victima su propio hermano, al cual sorprendió con su esposa, lo arrojo desde Hungría al suelo americano. Era medico famoso en Europa por sus acertadas curaciones y ahora ejercía su alto ministerio con los indios y personas menesterosas. Pronto llego a ser entre los campesinos un mago benéfico que remediaba todos sus males. Fue apodado el ¨ Padre Blanco ¨ por la gente sencilla y humilde que corría a besarle las manos cuando hacia sus apariciones en poblado.

Como ligera brisa que poco a poco va convirtiéndose en devastador huracán, así fueron preparándose los horrendos crímenes que tejerían la leyenda. La primera chispa broto porque el austriaco no asistía a los oficios divinos, no se le veía en la Iglesia, ni aun siquiera en la misa dominical. Luego hilaron delgado con su apellido «Luther», que lo juzgaron era un comprimido de «Lutero» o de «Luterano». Y este nombre así descompuesto y que equivalía a un apodo, se vulgarizo entre el clero y personas pudientes, que empezaron a mirar con ojos re-celosos a aquel extranjero que se había metido, con su aspecto de apóstol, en el corazón ingenuo de los indios.

En los curatos le cobraron odio porque se sospecho que-era un enviado de los sectarios de Lutero, pues precisamente en aquella época era combatida con gran celo y ferocidad la Reforma Luterana en Alemania. La sombra, aunque extinguida ya, de Martín Lutero, el apostata fraile agustino, inquietaba, con razón, a la Iglesia Católica. De allí que la sola palabra: «Luterano» fuese oída con horror, no solamente por la gente de iglesia, sino por encomenderos, obrajeros y todos cuantos tenían a su cargo masas explotadas a quienes podía dañar aquella exótica y hereje secta.

Y empezó a manifestarse el odio en acciones hostiles y de franco rechazo para Sibelius Luther. Le fueron negando en los poblados el pan, la leche, el vino. Nadie osaba venderle un cuartillo de harina, ni ofrecerle un jarro de agua. Entonces él tuvo que solicitarlo como una limosna. Un día en Guamote se acercó a un merendero y secamente, interrogo:
—¿Pueden darme un pan?
Indignóse una mujer ante tan extraño requerimiento, y le respondió:
— ¿Qué manera de pedir es esa? ¿No sabéis que una limosna se la pide y se la da solo en nombre de Dios? •
Turbóse el doctor Luther, y dijo:
– Es que yo no pido limosna: solo he dicho que ya que no se me quiere vender los comestibles, que, entonces, me los regalen.
—Esta bien, hombre -le contesto la mujer-, pero sea prestado, regalado o vendido, solo os daré si me lo pedís en nombre de Dios.
El extranjero miro con desprecio a la mesonera y se aparto sin decir una palabra más. Ella empezó a dar gritos:
—¡El Luterano!… .!El Luterano ha blasfemado!… No quiere oír el nombre de Dios, menos pronunciarlo.. ¡Es un renegado. . . . un hereje!.. .!Esta endemoniado!

Hombres, mujeres y niños le siguieron dando voces; y lanzándole piedras. Luther monto ligero en su caballo morcillo que lo tenía atado a un árbol y seguido de su, perro, los dos únicos compañeros en su soledad, se alejo de la población en dirección al Lago de Colta, y ya no se le volvió a ver mas en Guamote.

Pero siguió el Ermitaño del Lago ejerciendo su apostolado de caridad en las cercanías de Colta, siempre a fa­vor de los esclavizados indios; prestándoles auxilio con sus conocimientos en medicina, preparando remedios con hierbas, ayudándoles con sus brazos y consejos en los: sembríos y cosechas. Construyo una pequeña embarcación, y solamente en las noches con luna se le veía bogar por la solitaria laguna.

Los nativos le adoraban; se prosternaban ante él, le besaban sus manos y la orla de su casaca, suplicando:
-¡Yurac Taita!….. Mana ñuca saquirinchu, may carupi causangapac! … Ama huaccha shina runacuna saquiringui!

Era el grito con que siempre recibían al doctor Si­belius Luther cuando aparecía en sus chozas. Sincero ruego de los infelices campesinos: «Padre Blanco!.. ….
Nunca te vayas de nuestro lado!…. No nos abandones en nuestra orfandad!…»

Más, un día, muy triste para los indios del Lago, el Padre Blanco desapareció de aquel lugar. Se le vio nuevamente en el Corregimiento de la Villa del Villar Don Pardo, donde a poco de residir allí fue atacado por las autoridades eclesiásticas y civiles con más furor y saña que lo fuera en Guamote y otras poblaciones que recorriera en su peregrinaje.

Era Cura de la Matriz el Reverendo Padre Horacio Montalvan que en cuanto supo que el Luterano estaba en su jurisdicción, lo acorraló como a fiera escapada de su madriguera. Le hizo expulsar de una casa de caridad donde se había alojado y decreto la excomunión que se llama «ad vitandum en ambos efectos» para Sibelius Lu­ther y para aquellos que hablaren con el excomulgado, le vendieren cosa alguna o le hicieren la mas pequeña manifestación de amistad o compasión. Ordeno que fuese apedreado, por el que lo viese, si intentaba acercarse a la Iglesia, cementerio, conventos y monasterios o a cualquier otro lugar tenido como sagrado.

Pálido, demacrado, hambriento, con la boca sedienta el Luterano ambulaba por las calles; taciturno, mudo, hosco, con los ojos hundidos, la barba enmarañada y las ropas sucias y destrozadas. Se veía claramente que la falta de alimento y la injusticia e incomprensión de los hombres iba envolviendo su cerebro en las sombras de la locura.

..Una tarde se encontraron en la Plaza de la Iglesia el Cura Montalvan y el Luterano; indignóse don Horacio de hallarlo andando libremente por la ciudad, cuando él ya había dado orden de apresarlo y remitirlo a Quito a que fuese juzgado por el Santo Oficio. El señor Montalvan manifestó su disgusto abofeteando al Luterano; este no le correspondió en igual forma; tan débil estaba que rodó por el suelo, a pesar de ser un hombre en plenitud de edad, pues apenas bordeaba la cuarentena. Levantóse y apostrofo al clérigo:
—¡Ave agorera!… Algún día cortare esas manos que se levantan injustas contra mí…

Como algunas personas que estaban cerca del Luterano le oyesen estas palabras, tuvo que ponerse a salvo rápidamente para no ser despedazado en aquel instante. Nuevamente desapareció de la ciudad el medico austriaco y durante mucho tiempo no se volvió a hablar de él, y cayó casi en el olvido la trágica y misteriosa figura de Lu­terano, que muchos creían y lo aseguraban, era la de un fraile apostata que andaba prófugo de su convento.

Era el 29 de Junio de 1.575, día del Apóstol San Pe­dro, patrón de la antigua Villa de Riobamba. La Catedral se levantaba inmensa y majestuosa en el sitio que actualmente se conoce como la Plaza Central, entre los pueblos de Cajabamba y Sicalpa, justamente donde ahora esta edificado el Moderno Municipio. Este famoso templo desapareció en el monstruoso terremoto del año 1.797 que destruyó por completo la Villa y obligó a sus sobrevivientes a trasladarla al sitio donde hoy existe la ac­tual Riobamba.

Esta célebre iglesia hallábase, aquel 29 de Junio, resplandeciente como un joyel; pues el oro, la plata, la sedería, las luces y las flores formaban un maravilloso conjunto. La estatua del patrón San Pedro, en andas de plata puesta a un lado del Presbiterio, esperaba salir en procesión a la terminación de la misa.

A pocos momentos que las puertas de la iglesia fueron abiertas, vióse un hombre que envuelto en negra capa dirigióse a las gradas del Presbiterio, cuidando de no ser visto, y desapareció tras las andas del Apóstol Pedro.

El largo y amplio manto que tenia puesta la imagen favoreció el ocultamiento del furtivo devoto…

Entre cánticos, rezos y humo del incienso dio comienzo el Divino Sacrificio. Llegó el momento en que el Presbítero Montalvan elevó la Hostia para su adoración; los fieles reunidos en el templo se golpearon los pechos e inclinaron las cabezas en serial de acatamiento. A la vista de las manos de Montalvan que un día golpearon su rostro, el Luterano perdió la poca raz6n que le quedaba. Bruscamente salio de su escondite, a tiempo que el sacerdote por tercera vez alzaba el Sagrado Pan, y acercándose lleno de ira, con el rostro encendido y la cabellera revuelta,. tomó fuertemente el brazo del oficiante y clavo en él las uñas como si fuera una garra….Arrancó de su mano la Santa Fórmula y la arrojó al suelo y siempre aferrando el brazo, saco luego, un afilado cuchillo e intento mutilar la mano del Clérigo Montalvan, mientras le decía en un grito que era casi un rugido.
—¡Ya no volveréis a ultrajarme ni a consagrar con esta mano maldita!…
Los sacerdotes y sacristanes que estaban junto al altar impidieron que la mano del señor Montalvan fuera cercenada; solamente quedó en ella una profunda herida, cuya cicatriz conservo en el resto de su vida.

Un alarido de horror, indignación y protesta salio de las gargantas de los asistentes. Los hombres requirieron sus espadas y se precipitaron sobre el sacrílego. En pocos momentos quedo cubierto de heridas leves, pues el Luterano se defendía con cuanto objeto estaba a su alcance; se abroqueló tras los sillones del coro; pero todo fue inútil, porque, al fin, cayó mortalmente herido: la empuñadura de una espada temblaba sobre su corazón, y de la profunda herida no manaba la sangre . ..e igual cosa sucedía con las heridas causadas por las dos espadas que tenia clavadas en la cabeza
— ¡Milagro!…. ¡Milagro!.. .. -decían las voces que se elevaban consternadas y llorosas-. Dios no quiere que este santo recinto sea manchado con la sangre de un hereje sacrílego!….

Fue arrastrado de los cabellos el cuerpo del doctor Luther hasta el atrio de la Iglesia; de allí lo arrojaron hasta la mitad de la plaza. Como pasara cerca del cadáver el Verdugo de la Villa, ordenó el Alguacil Mayor que fuera él quien sacara las espadas del cuerpo del Luterano, y entonces las numerosas personas reunidas en la plaza pudieron constatar el milagro: la sangre del sacrílego que por mandato divino no manchara ni profanara el lugar sagrado, corrió abundante, enfangando las calles de la Villa. ..Los perros y los chanchos que merodeaban por la plaza la bebieron; sus hocicos ensangrentados causaban espanto en los niños que corrían despavoridos a sus casas.

Conocedor de lo sucedido en Riobamba el Presidente de la Real Audiencia de Quito, don Lope Diez Auz de Armendáriz, ordenó que el cadáver del sacrílego fuera puesto en la horca durante un día, que se le arrancara la lengua y se la diera a comer a los perros, y después, fue­ra quemado, según decreto existente de la Santa Inquisición para los reos de hechicería, apostasía y sacrilegio.

Cumplido fue el mandato del Presidente Armendáriz. Una gran hoguera que se levantaba trágica en las faldas del Cullca, eminencia que dominaba la antigua Villa de Riobamba, no se extinguió hasta bien entrada la noche, indicando que el cuerpo del Ermitaño del Lago estaba reduciéndose a cenizas. Poco a poco iba quedando solitario el fúnebre lugar y cuando ya restaban solamente las brasas que brillaban mortecinas en el suelo, se boceto a su tenue resplandor un grupo de indios del Lago que con entrecortadas frases lastimeras y cantando las cualidades del difunto, recogían en un poncho los exiguos despojos del «Padre Blanco»…..

La luz de la madrugada se quebraba en irisados resplandores sobre la superficie del Lago de Colta, cuando los indios que rescataron las cenizas del Luterano llegaron portando una olla o «manga» de barro cocido, reluciente, hermética y adornada con dibujos de pájaros y flores. Un numeroso grupo de nativos hizo una extraña ceremonia fúnebre: danzas, gritos, cantos y lloros; en cada vuelta que daban en el baile echaban un puñado de tierra sobre la «manga». Luego enterraron esta especie de cofre en las cercanías de la laguna; cavando muy hondo, en su deseo de que el espíritu del ¡Padre Blanco! quedara con ellos bajo las aguas y saliera a bogar en el Lago las noches nevadas de Luna…

A los pocos días de estos sucesos y, tal vez, como una consecuencia expiatoria de ellos o manifestación de la ira celeste por el sacrilegio, estando el espacio infinito límpido y sereno, llovió sangre sobre la Villa de Riobamba. Gran sorpresa y terror causo este fenómeno en los supersticiosos habitantes. Una llovizna roja mancho los tejados y mancillo a cuantas personas ambulaban por las calles. Gritos, oraciones y lamentos se elevaron de toda la Ciudad, y las manos que se alzaban implorantes hacia el cielo, pidiendo misericordia se teñían con la sangre del castigo….

Y en todo sitio y lugar broto el comentario:
—La culpa la tiene el sacrilegio del Luterano. No, -decían otros- es el asesinato a este en la Casa de Dios lo que ha provocado este azote. Los escépticos aseguraban: -Son innumeras aves de rapiña que llevando en los picos sus presas han volado por el cielo de Riobamba-. Los sabios hablaron de meteoros, fenómenos físicos y atmosféricos y aseguraron que el rojo líquido no era sangre; pero el vulgo se santiguaba aterrorizado temblando por un futuro castigo, al contemplar como las nubes lloraban sangre…..

A España llego la noticia de estos hechos extraordinarios sucedidos en la América. El Monarca Felipe III quiso perpetuar la memoria de ellos, y cuando mas tarde tuvo que conceder armas a la Villa de Riobamba, recordó el gran celo religioso de los riobambeños y el castigo que dieran al Luterano por su sacrilegio y ordeno que el Escudo de Armas de la antigua Villa de Riobamba fuese; «Un cáliz con una hostia encima: dos llaves cruzadas y dos espadas, las cuales dejan en medio el cáliz y se juntan clavándose abajo en una cabeza de hombre».

Esta es la tradición del Luterano conservada por los indios de la Provincia del Chimborazo. Ellos no han olvidado al «Padre Blanco». El indio Espíritu Pachacama que murió centenario hace algunos años señalaba el sitio en que fueron enterradas las cenizas del Ermitaño del Lago. Inteligente, tenido por un oráculo y hasta por hechicero y curandero, Espíritu Pachacama sabía por sus antepasados muchas historias del tiempo de su esclavitud. Decía que el había visto en las noches claras la barca del Luterano que se deslizaba sobre la superficie del Lago de Colta, y que en las negras noches de conjunción, se oía el batir de los remos en el agua.

Tomado de http://mama-puma.blogspot.com
Fotos: @gcamelos

La cueva del Luterano, cerca de Guamote

Guamote visto desde la cueva del Luterano

Imágenes captadas en el ascenso hacia la cueva

 

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