La influencia de los Maestros en la formación de la personalidad del Libertador

Lienzo Simón Bolívar por José Gil de Castro. Año: 1825. Óleo sobre tela 208 x 134 cm. Colección Casa de la Libertad, Sucre

Por: Dr. Rodrigo Fiallo Cobos
Revista No. 27 – mayo, 2007
Casa de la Cultura, Núcleo de Chimborazo

Cabe preguntarse si es azar o destino que en ciertos momentos de la humanidad, más allá del desarrollo de las fuerzas productivas y relaciones sociales que determinan su historia, confluyan personajes o hechos determinantes que formen y marquen la personalidad del líder torciendo de manera fortuita o conciente los goznes del acontecer.

Dice Plotino discípulo de Platón: “Al recibir este cuerpo en particular y nacer de padres determinados, en tal lugar, y en general todo lo que llamamos circunstancias externas, los Hados (Moriai), significan que todo cuanto ocurre forma una unidad y está entretejido”

Esta idea esbozada y desarrollada en forma magistral por Stefan Zwaig, en su libro “Momentos Estelares de la Humanidad”, se hace especialmente patente en la vida del Libertador, como si esta, guiada por un Daimon, la llevara a la consecución de un objetivo predeterminado, que por su grandiosidad requiera el espíritu colosal de un titán, y burila el alma del héroe, a sangre y fuego, a través del dolor, del sacrificio, y el renunciamiento personal, hasta dejarlo listo para acometer con éxito, la más grande aventura (¿o locura?) jamás concebida por soñador o visionario alguno en el siglo XIX: robar a España todo un continente, su joya más preciada, y proclamar la independencia de América.

Así la estrella rutilante de Bolívar parece estar presente desde su nacimiento y todos los elementos históricos, humanos y hasta fortuitos confluyen inexorables a su realización siendo el tema propuesto a desarrollar, un ejemplo palpable y patente de aquello: Cuatro mentes americanas, geniales a su manera, disímiles y hasta contradictorias en su forma, pero hermanadas por la fraternidad masónica a la que pertenecieron, que trascendiendo todas ellas el momento histórico en que vivían, rasgaron y penetraron el velo de la universalidad, cuidan en un periodo determinado y preciso el desarrollo de la brillantez del alma y mente más genial y visionaria del siglo XIX: la de Don Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios.

Dos son sus maestros de niñez y juventud: Rodríguez y Bello y dos “ex cátedra”: Ustáriz y Miranda, quienes, afianzando la personalidad del héroe maduran su pensar y accionar, haciendo de el un hombre libre, capaz de desafiar al imperio más extenso de la época y transformar la historia al crear un nuevo orden geopolítico mundial.

La piedra bruta inicial con la que se encontraron sus maestros, para esculpir el espíritu del coloso más grande del siglo XIX, realmente era desalentador: a no ser por la inteligencia y temperamento demostrado por el futuro Libertador, desde su más temprana infancia, la combinación de varios factores, genéticos, familiares y sociales, habían convertido a “Simoncito”, como era tratado en familia, en un niño intratable, “rompecabezas” irresoluble de los pedagogos del momento, conspicuos representantes del sistema escolástico de enseñanza imperante en la América dieciochesca.

Tildado por sus propios familiares, preceptores y extraños de: inquieto, inconstante, voluntarioso, audaz, hiperquinético, malcriado, caprichoso, testarudo, insufrible, respondón, totalmente distraído y falto de interés para el estudio, ante el cual su espíritu de niño sistemáticamente se rebelaba, a pesar de los esfuerzos más notables y decididos de sus preceptores, reputados a su tiempo, como los mejores que podían encontrarse en Caracas, y que desfilaban derrotados por la casa solariega, tras vano intento de domar tamaña fierecilla. Sin embargo dada su posición y abandono, no se le regañaba ni se le castigaba y por el contrario se le daba todo gusto por parte de su nodriza y esclavos con quienes prácticamente se había criado y en especial por la negra Hipólita a quien ya hombre famoso y en el pináculo de su gloria en una carta a su hermana María Antonia la reconocería como la verdadera madre que lo crió.

Pero es precisamente ese abandono y sensación de orfandad la que crea en el niño esa irritabilidad, agresividad e hiperquinesia que no era sino la manifestación externa de un alma que sufría.

Así desfilaron impotentes y sin mayor trascendencia en la infancia de Bolívar los Sanz, Andújar, Negrete, Carrasco, Vides, Pelgrón y hasta el mismo Andrés Bello todos reputados y reconocidos como autoridades pedagógicas de su tiempo, coincidiendo en forma unánime en el mismo diagnóstico: el muchacho era un caso perdido, incapaz de aprender, carente de juicio e incapaz de grandes cosas, al cual, en el mejor de los casos, debía dedicársele a la administración producción y cultivo de las bastas posesiones que le heredara su padre, en San Mateo y Aroa, como aquellas dejadas a “Simoncito”, en Mayorazgo instituido a su bautismo por el canónigo Don Juan Félix Jerez de Aristigueta, su pariente, deudo y padrino.

¡Qué paradoja! ¡La mente más brillante del siglo XIX tildada por sus maestros de incapaz! Tremenda lección para muchos pedagogos pegados a la ortodoxia educativa.

Es entonces cuando aparece por primera vez el Daimon de Bolívar y adopta la forma de un curioso, genial y extravagante personaje, apenas trece años mayor que su futuro discípulo, que toca el aldabón de la vieja casona solariega de los Bolívar y Palacios y dará un vuelco total a la personalidad del futuro Libertador, se trata de nada más y nada menos que de Don Simón Rodríguez.

SIMÓN RODRÍGUEZ.- Fue el maestro por antonomasia del Libertador Bolívar, humanista, rebelde, de espíritu extravagante, romántico y aventurero pero aventurero por sobre todas las cosas. Empapado en las ideas de los enciclopedistas franceses y de Rousseau don Simón Rodríguez es la primera mentalidad que marca rumbos inéditos a la vida intelectual venezolana y americana con una extraordinaria profundidad filosófica. Fue un activo masón, que supo llevar la luz del raciocinio a las más apartados comarcas del Nuevo Mundo libertado por la espada inmortal de su discípulo.

Nació en Caracas el 28 de octubre de 1771. Fueron sus padres Cayetano Carreño y Rosalía Rodríguez. Se cambió el apellido paterno por el materno, a raíz de una violenta discusión que tuvo con su hermano carnal Cayetano.

Simón Rodríguez, había estudiado a fondo a los grandes pensadores masones: Diderot, Voltaire, D’ Alembert, Montesquieu y otros, pero en especial fue un estudioso erudito del pensamiento revolucionario de Juan Jacobo Rousseau y soñaba con una juventud democrática, liberada de prejuicios y supersticiones; con un cabal concepto del significado del trabajo, de la igualdad, la libertad y la justicia.

Durante el último tercio del siglo XVIII y el primero del XIX, El Emilio de Rosseeau inició un cambio en las ideas educativas europeas. El concepto aristocrático dio paso al concepto popular.

El sistema pedagógico de Rousseau se funda en dos ideas cardinales: el principio de la educación natural y el de la libertad.

La influencia de Rousseau se extendió inmediatamente a Pestalozzi, Herder, y Frobel – fundador de los Jardines de infantes –y otros pedagogos.

La educación americana heredera del escolasticismo, de la cual Sanz, Andújar, Negrete, Carrasco, Vides, Pelgrón y Bello eran ilustrísimos representantes, era una educación artificial y rígida que ahogaba las reacciones naturales del niño, y los impulsos espontáneos de la edad trayendo como consecuencia un trastorno en la psicología infantil y desmedro en su estructura somática. Bolívar, espíritu libérrimo desde su más tierna niñez reaccionó sistemáticamente al sistema educativo que le quisieron imponer, de allí su rebeldía.

La Escolástica no era más que un reflejo en el campo de la pedagogía de un mundo en el que el principio de la libertad estaba excluido de raíz y en el que el despotismo era la única regla y norma de las relaciones sociales, domésticas y políticas.

Rousseau uno de los más apasionado y decididos defensores de la personalidad del niño y de su libertad desde el vientre mismo de su madre reaccionó violentamente contra esos absurdos.

Al niño se lo miraba como el hombre en potencia, sin tener en cuenta su psicología especial, sus reacciones, sus instintos, necesidades y deseos. Al llegar el siglo XVIII, el formalismo y la tiesura en el trato con la infancia y la juventud habían escalado su más alta cumbre. «Los niños estaban sometidos a una disciplina y no se les permitía vivir como niños. En la primera infancia se les vestía como adultos y se les imponía el comportamiento de los adultos»

La idea de la libertad está en Rousseau asociada a la de felicidad. El filósofo no concibe la una sin la otra. «La felicidad consiste, nos dice, así en los niños como en los hombres, en el uso de la libertad» Al niño hay que habituarlo a que obre por sí mismo libre de presiones externas, las cuales empequeñecen su espíritu, creándole complejos de inferioridad e instintos de rebaño. «Nada gana el niño porque se lo digan: sólo es bueno para lo que por tal reconoce»

«Ejercitad su cuerpo, sus órganos, sus sentidos, sus fuerzas; pero mantener ociosa su alma cuanto más tiempo fuere posible».

Sólo en la tercera etapa, que va desde los doce hasta los quince años, es «el período de labor de instrucción y de estudio». «Nuestro alumno –nos dice –al principio sólo sensaciones tenía, ahora tiene ideas; sólo sabía sentir y ahora juzga.»

Rousseau, con su Emilio, abrió nuevos caminos a la Pedagogía, aunque algunas de sus ideas son impracticables.

Criticaba con dureza a los maestros que tenían como sistema contrariar y quebrantar la voluntad del niño, y pone de relieve la necesidad de una educación mediante los sentidos y las sensaciones.

Ocultos en los viejos galeones españoles llegaron a estas colonias las ideas revolucionarias francesas que los espíritus americanos, inquietos y libres, las devoraron con avidez. Don Simón Rodríguez las acogió con el mayor calor y entusiasmo y se transformó en su más conspicuo paladín y sumo sacerdote.

Su designación para maestro del joven Simón Bolívar le proporcionó una magnífica oportunidad para poner en práctica los métodos preconizados en el Emilio.

El Daimon de Bolívar realiza entonces la encarnación amalgamada de un sueño: la relación casi mítica y fantástica entre este Emilio, rico, de gran linaje, huérfano, robusto y sano y Rodríguez, como el ideal del preceptor deseado por Rosseau entonces joven de veintiún años, sabio, hombre de recursos, reconocido como el primer profesor de la ciudad, a quien su extrema independencia de carácter permitía el comercio de los más espaciosos pensamientos.

Encargado de la educación del joven Bolívar, con una inteligencia amplia y despierta a las nuevas ideas, imaginación ardiente y pintoresca, corazón lleno de fuego, don Simón era el tipo ideal para trazar sendas en la vida del nuevo Emilio que acababa de confiársele.

En las manos de Rodríguez, al igual que el hierro en la fragua, o la dúctil arcilla en manos del alfarero, se puso un alma inmensa y este hizo despertar en el espíritu del Emilio criollo ideales que más tarde habían de culminar en la epopeya más gloriosa de la historia americana.

Se dedicó, pues el maestro, al «difícil estudio de no enseñar nada» a su discípulo a fin de que su alma pudiera permanecer en el «estado natural», pero a cambio, Rodríguez desarrolló en Bolívar la aptitud para los ejercicios corporales, que hizo de él el un caminante incansable, un gran jinete, e intrépido nadador». Le enseñó por sobre todo el valor de la libertad, la importancia de la justicia y el significado de la autodeterminación. A ese niño le inculcó el amor a su patria americana y la necesidad de rebelarse contra la opresión.

Su influencia en el alma de su discípulo fue decisiva, dejando impresas en su alma, con fuego, huellas indelebles y conquistó para siempre, en contrario de todos los que le precedieron, el afecto y la simpatía del futuro Libertador

Entre todos los maestros de Bolívar Simón Rodríguez fue quien ejerció una influencia más honda y manifiesta. «Yo he seguido el sendero que usted me señaló.» «Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso» le dice Bolívar a su maestro, ya convertido en el Libertador

«El único hombre entre los que rodearon al Libertador que ejerciera influencia sobre su espíritu»dice Jules Manzini, el más detallado apologista y biógrafo del héroe.

«Desde la época de Alejandro, pocos maestros han influido tan decisivamente como el de Bolívar en mancebos que fueron luego grandes generales o grandes políticos» son las palabras de Emil Ludwig, el inmenso escritor universal y biógrafo del heroísmo.

Pero don Simón Rodríguez, apasionado y aventurero como era, participó en el movimiento revolucionario fracasado de Manuel Gual y José María España, ambos destacados dirigentes masones por lo que en 1797 tuvo que salir precipitadamente de Venezuela, pues temía, no sin razón, que los realistas lo mandaran a la horca. Para viajar sin peligro de ser arrestado, se cambió el nombre por el de SAMUEL ROBINSON.

¡El proyecto del Emilio criollo quedó trunco! y si bien el alma y espíritu, de Bolívar de la mano de Rodríguez, habían evolucionado hasta regiones insospechadas de grandeza, que sólo con el futuro se harían patentes, el joven quedó convertido en un semi analfabeto desde el punto de vista formal.

Prueba de ello es esta primera carta que escribe a su tío Pedro desde Vera Cruz en su primer viaje a Europa, cuando ya frisaba los diez y seis años.

«Vera Cruz 20 de Marzo de 1799

SEÑOR DON PEDRO PALACIOS Y SOJO

Estimado tío mío:

Mi llegada a este puerto ha sido felismente, gracias a Dios: pero nos hemos detenido aqui con el motibo de haber estado bloqueada -la Abana, y ser preciso el pasar por allí; de sinco nabios y onse fragatas inglecas. Después de haber gastado catorse dias en la nabegasión entramos en dicho puerto el dia dos de lebrero con toda felicidad. Hoy me han suse-dido tre cosas que me an conplasido mucho: la primera es el aber sabido que salla un barco para Maracaibo y que por este conducto podia escribir a Vd. mi situasion, y participarle mi biaje que ise a México en la inteligencia que usted con el Obispo lo habian tratado, pues me alié haqui una carta para su sobrino el oidor de alli recomendándome a él, siempre que hubiese alguna detención, lo cual lo acredita esa que le entregara usted, al Obispo que le manda su sobrino el oidor, que fue en donde bibi los ocho dias que estube en dicha ciudad. Dn. Pedro Miguel de Hecheberria costeo el biaje que fueron cuatrocientos pesos poco mas o meno de lo cual determinara usted, si se los paga aqui o allá a Don Juan Esteban de Hechesuria que es compañero de este Señor a quien bine rrecomendado por Hechesuria, y siendo el condudto el Obispo. Hoy a las ons;e de la man.ina llegue de México y nos bamos a. la tarde para España y pienso que tocaremos en la Abana porque ya se quitó el bloqueo que estaba en ese puerto, y por esta razón a sido el tiempo muy corto para haserme mas largo. Vsted no estrañe la mala letra pues ya lo hago medianamente pues estoy fatigado del mobimiento del coche en que hacabo de llegar, y por ser muy a la ligera la he puesto muy mala y me ocurren todas las espesies de un golpe. Espresiones a mis ermanos y en particular a Juan Vísente que ya lo estoy esperando, a mi amigo Dn. Manuel de Matos y en fin a todos a quien yo estimo. Su mas atento serbidor y su yjo.

SIMÓN BOLÍVAR.

Yo me desenbarqué en la casa de Dn. José Donato de Austrea el mario de la Basterra quien me mandó recado en cuanto llegue aqui me fuese a su casa y con mucha instancia y me daba por razón que no habia fonda en este puerto».

Monumento a Simón Bolívar en el parque 21 de Abril de Riobamba – Ecuador

ANDRÉS BELLO.- Este gigante de la cultura hispanoamericana, maestro ejemplar, jurista creador y revolucionario del idioma castellano, nació en Caracas, hijo de don Bartolomé Bello y de doña Ana Antonia López. Se graduó de bachiller el 14 de junio de 1800. Estudió derecho y medicina, pero tuvo que abandonar esas carreras por motivos económicos.

Durante sus estudios daba clases a particulares. En 1802 fue nombrado Oficial de Secretaría de la Capitanía General de Venezuela. Fue ascendido a Comisario de Guerra en 1807.

Este insigne poeta, filólogo, ensayista, historiador, crítico, periodista, jurista y traductor, nacido en Caracas el 29 de noviembre de 1781 fue el escogido para sustituir a Simón Rodríguez. Dos años mayor que Bolívar, era poco más o menos que su antítesis y talvez esto hizo que exista muy poca afinidad entre alumno y maestro,

Bajo de estatura, algo grueso de cuerpo, desgarbado, piernas delgadas y poseedor de una gran cabeza, con su casaca raída, más de una vez había sido el blanco de burlas y sátiras de Rodríguez y su alumno. “Con una seriedad grave e increíble para sus cortos años” que contrastaban con la energía desbordante de su discípulo, Andrés Bello trataba imperturbable de trasmitir, sin lograrlo desde luego, sus conocimientos, al díscolo y distraído Simón Bolívar.

Por lo demás sus lecciones apenas duraron alrededor de un año, luego del cual derrotado el maestro, cobró sus estipendios, que consistieron en una tenida completa de terciopelo, y no volvió a aparecer por la mansión de los Bolívar y Palacios.

La influencia de Bello, en esta época, fue mínima, a mi manera de ver, y a despecho de mentalidades románticas que quieren ver unidas a las dos mentes y almas americanas más grandiosas en un proyecto común y distó mucho de ser la de su anterior maestro, pero de este periodo se deriva la curiosidad de Bolívar por algunos clásicos, que Bello y otros estudiantes de aquel, conocían a cabalidad.

Sin embargo la verdadera influencia de Bello sobre Bolívar se dio seguramente años más tarde cuando Bolívar convertido ya en un Ilustrado y culto hijo de su época, por los conocimientos adquiridos en Europa, autodidactas unos, y dirigidos por el Marqués de Ustáriz otros, pudo departir largas charlas con el genial Bello sobre literatura clásica, legislación y derecho, mientras los dos en compañía de López Méndez eran enviados a Europa por la “Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII en junio de 1810 y habrían de permanecer en Londres por espacio de casi seis meses.

Bello se inició masón en la Logia «Los Caballeros Racionales», que funcionaba en Londres, en 1811. Años más tarde fue Venerable Maestro de la misma.

Su talento literario comenzó a demostrar en 1804, con el poema «A la Vacuna». Entre 1806 y 1808, publicó la oda «Al Anauco», el soneto «A una Artista», la égloga «Tirsis habitador del Tajo umbrío», y el romance «A un samán», También escribió la égloga “Hace el Anauco un corto abrigo en donde,» en 1808, fue redactor de la «Gazeta de Caracas».

Sus obras jurídicas llenan siete voluminosos tomos. Dos tomos están dedicados al Proyecto de Código Civil; tres al Derecho Internacional, los demás a otras ramas del Derecho.

Su vasta producción literaria y filológica, abarca desde el «Compendio de Gramática Castellana», hasta poemas, ensayos, estudios históricos y artículos de crítica.

Su muerte acaeció en Santiago de Chile en octubre de 1865.

Luego del corto y fracasado periodo en que tuvo Simón Bolívar como preceptor a Bello ingresó a la milicia y vistió el uniforme del Batallón de Voluntarios Blancos del Valle de Aragua, que había creado y comandado su padre, llegando a adquirir el grado de Subteniente, frisaba entonces los quince años de edad.

Fue entonces que a insinuación de su tío Esteban Palacios quien se encontraba en una buena posición en Madrid, pues era de la camarilla del neogranadino Manuel Mallo, amante de turno de la reina María Luisa, que lo había nombrado Ministro del Tribunal de la Contaduría Mayor de Cuentas de Madrid, realizó su primer viaje a Europa.

Ya en la capital española y en compañía de su tío, Esteban, Simón Bolívar llevaba la vida licenciosa y concupiscente de la alta sociedad, ligada al gobierno: rico y bien parecido probó hasta el hartazgo las dichas del amor y del poder y su alma juvenil corría el riesgo de ser dañada sin remedio.

Pero entonces, como había sucedido ya en ocasiones anteriores, emerge desde lo más encumbrado de esta corrupta sociedad española, el Daimon de Bolívar para conducirlo inexorablemente por el camino que lo conduciría a la grandeza y a tomar la cruz de su trágico pero glorioso destino.

El Daimon bolivariano esta vez adopta la imagen de un venerable y sabio anciano, que escandalizado por la vida poco edificante que gastaba este joven pariente suyo, decidió llevarlo a vivir a su casa y convertirse en su mentor y maestro, nos referimos al Marqués Jerónimo de Ustáriz y Tovar, quien con la autoridad que le daban los años y el conocimiento del mundo, afeó al joven Simón Bolívar, su escasa lectura y su deficiente instrucción, hombre de la época de la “ilustración” estaba convencido que ignorar era una afrenta a la persona y a la inteligencia.

A pesar de que muy poco se lo conoce, Jerónimo de Ustáriz es el verdadero formador de la gran cultura, que sin lugar a dudas, tuvo el Libertador.

En contacto con el Marqués todo cambió, la vida madrileña de Bolívar fue: más seria y mejor encaminada.

EL MARQUÉS JERÓNIMO DE USTÁRIZ Y TOVAR.- Nació en Caracas en 1735 y murió en Sevilla (España) el 27 de septiembre de 1809. Fue el segundo marqués de Ustáriz, luego de litigar el mayorazgo del título detentado hasta entonces por su tío.

Era el Marqués hombre virtuoso y sabio perteneciente a una ilustre familia caraqueña, que al igual que los Bolívar eran originarios del país Vasco y con la que tenían una estrecha amistad y un lejano parentesco.

Ideólogo del liberalismo e ilustre masón español del siglo XVIII, que junto con Aranda, Floridablanca, Jovelianos y Campomanes, y los literatos Feijoo y Quintana, había adoptado las teorías de la enciclopedia.

Ingresó en la Universidad de Caracas y obtuvo el grado de bachiller en artes, prosiguió entonces estudios de bachillerato en cánones, culminándolos en 4 años; simultáneamente asiste a clases de Instituta (leyes) Al finalizar los estudios ingresó junto a su hermano en el batallón de Veteranos. En 1759 viajó a la corte de Madrid. En España hará carrera política llegando a ser un político de destacada actuación.

Mentor de Simón Bolívar en Madrid (1800). El Marqués lo puso en manos de severos profesores y no excluyó maestros de danzas, de esgrima y equitación

Simón se encariñó pronto con Jerónimo de Ustáriz, a quien consideró uno de los siete sabios de Grecia.

El joven que ya empezaba a sentir la pasión de aprender y sobre todo de charlar, pensaba y decía: “Qué más se aprendía conversando con el Marqués que en la obra de los sabios”. Esta veneración por el anciano la tuvo Bolívar hasta el final de su vida.

Continuó, pues Simón, los estudios truncos de matemáticas y de idiomas vivos y a estos se agregaron otras disciplinas: la filosofía, la literatura, la historia. Bolívar que había empezado a conocer los clásicos de la antigüedad se convirtió en un erudito. De igual manera filósofos, historiadores, oradores, poetas y los clásicos modernos desfilaron por sus azorados ojos, sin poder saciar su curiosidad y sed de conocerlos a profundidad.

Ustáriz además, lo indujo al conocimiento directo de buenos autores y a conversar con él sobre aquellas lecturas; le enseñó a amar las grandes obras del espíritu humano y a discutir ideas.

Con el ardor casi febril que siempre lo caracterizó, y puso en todas las empresas que había de acometer, se dedicó Simón al estudio, y como tenía, y tuvo siempre una prodigiosa memoria, inteligencia clara y voluntad inquebrantable, asimiló una cultura inmensa y lo que es mejor, contrajo para siempre el hábito de leer. Desde entonces data la verdadera base cultural de Simón Bolívar.

Jerónimo de Ustáriz, incrédulo, a su vez casi no reconocía al discípulo disipado de pocos días antes, que encerrado en sus habitaciones o en la mal alumbrada, pero bien dotada biblioteca, que poseía el Marqués, leía con avidez y cultivaba su mente. Los estudios los alternaba con las clases de baile esgrima y equitación.

En la casa del Marqués Bolívar oye expresarse con entusiasmo de la Revolución Francesa y la Defensa de la Masonería como la Condenación de los Jesuitas

El Marqués como otros americanos, pensaba en la emancipación del continente americano; pero, hombre de experiencia, la consideraba difícil, cuando no imposible. Eran, a su criterio, aquellos pueblos en muchas partes todavía demasiado bárbaros.

Pero en la vieja casona señorial del Marqués de Ustáriz Bolívar no sólo realizaría su transformación intelectual, sino que además conocería el amor pues fue precisamente allí donde conoció a Doña María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, joven y rica heredera de 19 años y por lo tanto mayor que él, de quien se prendó instantáneamente, queriendo con la vehemencia de su carácter, contraer matrimonio con ella inmediatamente lo cual no se realizó por insistencia de don Bernardo del Toro, hermano del Marqués del Toro, quien logró que la boda se aplazara hasta el 26 de mayo de 1802 en que tuvo lugar.

Unas semanas más tarde de celebrados los esponsales la joven pareja se trasladaba Caracas donde habrían de fijar su residencia. Para entonces todo era felicidad y la vida les sonreía, Bolívar estaba decidido a ser un esposo y administrar su rica propiedad, como un terrateniente más de la comarca.

Pero entonces nuevamente, en forma inexorable, aparece ese Daimon inflexible que guía la vida del Libertador, la joven esposa fallece a los diez meses de casada como consecuencia de unas fiebres tropicales, probablemente fiebre amarilla, Bolívar queda destrozado.

Convertido en viudo a los diez y ocho años, inmensamente rico, dueño de una cultura superior, decide nuevamente regresar a Europa, pero esta vez su objetivo no es España, en la que pasa muy poco tiempo, y cumple con entrevistarse con el también desolado padre de María Teresa, sino París, la cuna de la intelectualidad el arte y la política.

El mismo Bolívar nos dice muchos años después: «Sin la muerte de mi mujer no habría hecho mi segundo viaje a Europa y es de creer que en Caracas o en San Mateo no me habrían nacido las ideas que me ocurrieron en mis viajes… La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política, me hizo seguir después el carro de Marte, en lugar de seguir el arado de Ceres».

Llegado a París Bolívar ingresa en el círculo social de su pariente lejana Fanny du Villars donde conoce a fondo la bohemia parisina, está convertido en un “Dandy Ilustrado” y gasta fortunas en el juego en los casinos, pero conoce también a conspicuos hombres de la intelectualidad francesa.

El orgullo, el espíritu de independencia y su temperamento volcánico no quedaban perdidos en medio de esta constelación de nombres famosos y uniformes brillantes. Bolívar trataba de aparentar indiferencia emitiendo sus opiniones republicanas apenas maduras; gozaba escandalizando a sus compañeros de cena, miembros del nuevo régimen, con sus atrevidas palabras y pensamientos antimonárquicos

Había devorado a Montesquieu, Voltaire y Rousseau, y, según sus propias afirmaciones, leído también a Locke, Condillac, Buffon, D’Alembert y Helvetius. Le fascinaron dos grandes pensadores del siglo XVII; Hobbes y Spinoza y tenía una adhesión completa a las ideas ilustradas de los siglos XVII y XVIII, así como la firme creencia en los derechos del hombre: en la libertad, en la razón, en la dignidad, en la humanidad. Se convirtió, desde un punto de vista filosófico, en un racionalista, ni radical ni irrealista, sino creyente convencido en los elevados conceptos que triunfaron en las revoluciones de Inglaterra, Francia y Norteamérica.

Esta concepción ideológica lo puso en contacto con la francmasonería: a la que se incorporó en París, alcanzando el grado de maestro. En el mundo en que vivía, fuerzas poderosas confluían para fortalecer sus convicciones democráticas.

Entre las muchas personas que Bolívar conoció en París, estaba Alexander von Humboldt, el gran científico que había regresado a Francia después de haber estado cinco años en Sudamérica, en compañía del joven francés Bompland, y fue quien más lo estimuló a seguir avanzando por el camino liberal.

Es entonces cuando se inicia la influencia de ese otro gran americano “el Precursor” Don Francisco de Miranda que realiza la última transformación de su personalidad y convierte al ilustrado libertino en el Libertador. La crisálida por fin se convertía en mariposa que desplegando sus alas volaría hacia el sol brillante y eterno de su gloria

DON FRANCISCO DE MIRANDA Y RODRÍGUEZ.- El Precursor de la Independencia americana, nació en Caracas el 28 de marzo de 1750. Era el primogénito del canario Sebastián Miranda y Robelo y de la criolla Francisca Antonia Rodríguez y Espinoza.

Desde muy niño recibió esmerada educación. Estuvo en la Academia de Santa Rosa y después en la Universidad. En 1771 viajó a España para completar sus estudios. Estudioso y con facilidad para aprender idiomas, no tardó en hablar fluidamente inglés, francés y alemán. Ingresó al ejército, donde obtuvo el grado de Capitán del Regimiento de Infantería de la Princesa y sirvió en el Norte de África, demostrando talento militar y extraordinario valor en la guerra contra los moros. Después de algunas incidencias, en 1780 fue enviado a la guarnición de Cuba, como ayudante del coronel Cajigal.

Destacó rápidamente por su excelente preparación militar y su afición a la lectura. Pero las intrigas y la envidia política le hicieron caer en desgracia. Lo acusaron por su actuación en Jamaica, donde dicen que pronunció discursos para incitar a la libertad de las colonias españolas. Cargado de grillos, en 1782 fue enviado a la cárcel de La Habana. Pero su amigo el coronel Cajigal, no tardó en conseguir su liberación.

De Cuba Miranda viajó a los Estados Unidos, donde gracias a su conocimiento del inglés y de sus ideas republicanas, hizo amistad con los generales Mario José Lafayette y George Washington, enrolándose después en el ejército americano para la guerra contra los ingleses.

Al quedar reconocida la independencia y soberanía de los Estados Unidos por el Imperio Británico, Miranda poco después de haberse iniciado masón en Filadelfia, se trasladó a Europa. Viajó entonces por Holanda, Alemania, Italia, Grecia, Francia, Dinamarca y Polonia. En 1787 llegó a San Petersburgo, donde fue presentado a su Majestad Imperial, Catalina II. Miranda vistió el uniforme de oficial del ejército zarista, disfrutó del esplendor de la corte y recibió el grado de Coronel del Ejército de Coraceros de San Petersburgo.

Volvió a Londres en 1789 e hizo gestiones para conseguir la ayuda de la Corona Británica que fueron infructuosas. El gobierno inglés debido al Tratado firmado en el Escorial, no quería un conflicto con España.

En 1789, Miranda viajó a Francia peleó en las filas del ejército de la revolución y obtuvo el grado de Mariscal de Campo. En la campaña contra Alemania consiguió para Francia sensacionales victorias. Pero los celos del general Charles Dumouriez, lo hicieron caer de nuevo en desgracia. Se salvó de la guillotina, gracias a su fuerza oratoria y a la lealtad de algunos amigos.

Su nombre es el del único latinoamericano, grabado en el Arco del Triunfo, en París, como reconocimiento de Francia por los valiosos servicios que prestó como militar para preservar su libertad y soberanía.

En 1798, regresó a Londres, donde fundó la logia la «Gran Reunión Americana»,

En 1805, Miranda viajó a los Estados Unidos, en busca de ayuda para su expedición militar de 1806, que culminó con su desembarco en la playa de la Vela de Coro, donde hizo ondear por primera vez a la bandera venezolana.

De regreso a Londres, siguió trabajando para conseguir la independencia de Venezuela. El 19 de julio de 1810, tuvo largas tertulias con Simón Bolívar en la logia «Gran Reunión Americana».

Invitado por el joven caraqueño para trasladarse a Venezuela, el 10 de octubre de ese año enrumbó hacia La Guaira a bordo del barco «Avón». Cuando el 5 de julio de 1811 se firmó en Caracas el Acta de la Independencia, Miranda fue uno de los patriotas que estamparon su firma para sellar el nuevo destino de Venezuela.

Pero los realistas no tardaron en lanzarse al contraataque. Comenzó la guerra a muerte. El ejército español al mando del brigadier Juan Manuel Cajigal y del Capitán de Fragata Domingo Monteverde, se consolidaron en Barquisimeto, Valencia y San Carlos, avanzando peligrosamente hacia Caracas. Cercaron a Bolívar en Puerto Cabello y obligaron a Miranda a la capitulación el 25 de julio de 1812. Para salvar a Caracas de un baño de sangre, Miranda tuvo que acceder a las exigencias de Monteverde, según refirió después Pedro Gual.

Pero las familias mantuanas que nunca habrían simpatizado con Miranda, a quien calificaban de peligroso jacobino, complotaron contra él. Convencieron a Bolívar y a las oficiales jóvenes de que era un traidor. En vísperas de su regreso a Londres, fue apresado en La Guaira y entregado a las fuerzas de Monteverde.

Cargado de grillos, el “Precursor” fue encerrado en varias cárceles. Primero lo llevaron al Castillo de Puerto Cabello, luego a Puerto Rico y finalmente, a la Fortaleza de las Cuatro Torres del Arsenal de la Carraca, infamante prisión para los delincuentes en Cádiz, España.

Murió el 14 de julio de 1818. Sus restos se perdieron en un osario común. Pero su nombre pasó a la inmortalidad, como el Precursor de la Independencia y el Padre de la Masonería Latinoamericana. Francisco de Miranda había fundado en Londres la logia «Gran Reunión Americana», a fines de 1798. Esa Logia daba preponderancia a los ideales de la causa republicana.

Inspiró también la fundación de una segunda logia con el nombre de “Los Caballeros Racionales”, pero conocido a sugerencias de Bernardo O’Higgins, el futuro padre de la independencia chilena y con quien Miranda mantenía una estrecha amistad como: “Sociedad Lautaro.”

En la Logia «Lautaro», que funcionaba en Cádiz, España, se iniciaron Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O’Higgins, quien entonces era secretario personal del precursor, José Miguel Carrera, Andrés Bello, Servando Mier, José María Villamil, Carlos María Alvear, Manuel de Sarratea, Manuel Moreno, Tomás Guido, y entre otros muchos, casi todos los diputados de las Cortes de Cádiz de 1812. También pertenecieron a ella Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre, primer presidente de la Junta Soberana de Quito, José Joaquín de Olmedo y Maruri, prócer de la independencia de Guayaquil, y Vicente Rocafuerte y Bejarano, futuro presidente del Ecuador. a ella pertenecieron también: el conde de Puño en Rostro, miembro de la nobleza española, yerno del Barón de Carondelet y emparentado con familias de la alta sociedad quiteña, círculo elitista donde se generó el primer grito de la independencia Americana, José Mejía Lequerica, cuñado de Espejo, sobre quien ejerció gran influencia el inmortal patriota americano, rebelde irredento, precursor de las ideas más avanzadas de su época y como sabemos José María Zapiola, prócer de la independencia Argentina y muchos de los más notables próceres de la independencia suramericana.

Allí se preparó y discutió la independencia Americana

El Libertador Bolívar, se inició en la masonería en la ciudad de Cádiz, en la Logia “Lautaro”, en 1803, cuando regresó a España al morir en Caracas su esposa doña María Teresa del Toro y Alayza Medrano. En el año de la iniciación masónica de Bolívar, 1803, coinciden los historiadores Julio Mancini y el Marqués de Villa Urrutia, lo que discrepan es en el nombre de la Logia, pues mientras Mancini afirma que fue Logia mirandina “Lautaro”, el historiador Español Urrutia, asegura que fue la Logia Caballeros Racionales”, de la ciudad de Cádiz, que como vemos es exactamente lo mismo.

En Caracas venía funcionando una logia masónica, disfrazada con el nombre de “Sociedad Patriótica”, dependiente de la Gran Logia Americana de Londres, a la cual asistían secretamente Miranda y Bolívar. De acuerdo con la historia, en esa Logia camuflada se culminaron los esfuerzos para la declaración de la independencia de Venezuela, que como se sabe fue firmada en Caracas el 19 de abril de 1810, formándose un gobierno con el nombre de Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII, bajo la presidencia de José de las Llamozas.

Esta junta es la que envió a Simón Bolívar, Andrés Bello y López Méndez a Londres en calidad de embajador y secretarios.

En 1810, en su tercer viaje a Europa, Bolívar se entrevistó en Londres con Miranda, siendo presentado a distinguidos patriotas americanos, con quienes no solo trató sobre la conveniencia de acelerar emancipación de las Colonias Españolas en América, sino que además asistió a las sesiones masónicas de la Logia “La Gran Reunión Americana”. Allí recibió de manos del Precursor, su exaltación al grado de “compañero con el siguiente juramento: “Yo no conoceré por gobernantes legítimos de mi Patria sino a los elegidos por la libre y espontánea voluntad del pueblo; y siendo el sistema republicano el más aceptable al Gobierno de las Américas, emplearé todos los medios que estén a mi alcance para hacerlo admitir a sus habitantes”.

El texto de este juramento masónico que hizo Bolívar en Londres, es el quinto voto que exigía Miranda a quienes querían ser iniciados o ascendidos en los escalones de la Logia “La Gran Reunión Americana”. Esto mismo confirma el historiador argentino Bartolomé Mitre, en su libro sobre la organización los “Caballeros Racionales”, que se componía de cinco grados masónicos.

También es fácil apreciar, por comparación de los textos, que el juramento realizado en el Monte Sacro, teniendo como testigo a su maestro y amigo, Simón Rodríguez, tiene un contenido similar a los juramentos exigidos por Miranda para el ascenso de grado en sus logias Lautarinas.

“Juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”, 15 de agosto de 1805.

Sin embargo, el eminente historiador venezolano Ramón Díaz Sánchez, aseguró que Bolívar fue exaltado al grado de “compañero” en una Logia de París, según un documento presentado y examinado por la Academia Nacional de la Historia, como consta en el comprobante que expidió el 26 de junio de 1956, la paleógrafa Dolores Bonet de Sotillo.

Al respecto el escritor Ramón Díaz Sánchez, dio una certificación que a la letra dice: “Por la presente hago constar que el documento manuscrito en lengua francesa, relativo a la recepción masónica de SIMÓN BOLÍVAR en el Grado de Caballero Compañero y que comienza del modo siguiente: “A la Gloire du G:, A:. de L’nivers et de lle:. J:. Du Lle Mois de L’an de la G:. L:. 5805 les Travaux de Compagnon ont esté cuverts a L´Este par Le R:. f:. de Latour D’Auvergre“… etc., documento éste que hube por compra en París, Francia, pasa a ser desde esa fecha de la propiedad del Supremo Consejo del grado 33 para la República de Venezuela, en virtud de la transmisión que hago a esta Entidad de los derechos que tengo sobre el mencionado documento”.

“Pongo también al Supremo Consejo del grado 33 para la República de Venezuela, en posesión del certificado de autenticidad de dicho documento que me fue extendido por la Sra. Dolores Bonet de Sotillo, Paleógrafa al servicio de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, con fecha 36 de junio del año en curso.”

Con lo cual quedaría demostrado que la exaltación de Bolívar al grado de “compañero“, en Londres, fue en su condición de afiliado a la Logia mirandina “La Gran Reunión Americana”, para que pudiera jurar el quinto voto, que era el requisito exigido a los patriotas que pasaban por esos cuadros masónicos.

El 4 de diciembre de 1810, Bolívar llegó al puerto de La Guaira, enviando una carta a Miranda que estaba en Curazao, pidiéndole regrese a Venezuela.

El 11 de diciembre ese mismo año, el Precursor arribó a La Guaira a bordo del buque de guerra británico “El Avon”. Al día siguiente se reunió con Bolívar y los miembros de la Junta Revolucionaria, en Caracas.

La logia «Gran Reunión Americana», tenía mucho de masónico y algo de profano. Miranda otorgaba grados de Maestros a los que destacaban por sus dotes intelectuales y por su amor a la libertad y la causa de la independencia americana. Les tomaba un juramento especial, que siempre terminaba con «el repudio a todos los tiranos y las tiranías».

Todos los próceres de la independencia americana, daban prioridad en las logias, a discusiones sobre táctica y estrategia de la lucha que libraban, porque de ello dependía en gran parte del destino de los países donde actuaban.

Así pues la influencia de Miranda sobre Bolívar es incuestionable y decisiva para transformarlo en el “Libertador”, última fase de la evolución de su personalidad, hacia la grandeza y trascendencia hacia la inmortalidad.

Retomando el tema para sintetizar es preciso anotar que el espíritu del héroe fue bruñido paso a paso, golpe a golpe, a sangre y fuego, con dolor y lágrimas, fracasos derrotas y desesperanzas, pero siempre cumpliendo un destino que parecía tener un libreto escrito de antemano, y del cual nunca le fue posible apartarse ¿era acaso el Daimon de Bolívar?

En todos los momentos trascendentales de sus sucesivas transformaciones, estuvo siempre la mano generosa de un maestro que lo guió hasta que completara cada fase de su personalidad, cumpliendo curiosamente aquel axioma iniciático de que “cuando el alumno está listo aparece el maestro”

Bolívar fue indudablemente un genio y un hombre superior, pero su alma tuvo que templarse en la fragua del sufrimiento y las gélidas aguas de la desesperanza, tuvo que pasar por etapas sucesivas de transformación y tuvo que renunciar a la felicidad de la vida cuotidiana de un hombre común, pero siempre y a cambio de todo esto, estuvo la mano generosa del orfebre fino, que supo dar forma a esta alma inmensa, el alma de Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios… “El Libertador”

BIBLIOGRAFÍA:

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“Bolívar El Libertador”, Gilette Sauran, Editorial Oveja negra, Bogotá, Colombia, 1987

Simón Bolívar, Gerhad Masur, Instituto Colombiano de Cultura, Editorial Colombia Nueva, Bogotá, 1980

Imagen superior: Lienzo Simón Bolívar por José Gil de Castro. Año: 1825. Óleo sobre tela 208 x 134 cm. Colección Casa de la Libertad, Sucre.

Imagen inferior: Monumento a Simón Bolívar en el parque 21 de Abril de Riobamba – Ecuador

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