Antonia León, «la Bandola». Patriota, precursora de la Libertad
ANTONIA LEÓN Y VELASCO
«LA BANDOLA»
CORREGIMIENTO DE RIOBAMBA — 1782
RIOBAMBA – IBARRA – QUITO
Por: Dra. Marcela Costales P
La Villa de Villar Don Pardo, la ciudad de Riobamba, la de la nobleza, la de la sangre azul, la de los apellidos más respetables y poderosos de la Real Audiencia de Quito, es la cuna de doña Antonia León y Velasco. La contempla nacer una ciudad que ha sido sacudida hace poco tiempo por uno de los más terribles terremotos que han asolado estas tierras, un movimiento telúrico de tal magnitud que cambió la geografía del Corregimiento, llevándose montañas, desviando el cauce de los ríos, devorando viviendas y destruyendo lo que encontraba a su paso. El sufrimiento de los habitantes fue de tal naturaleza que no quisieron de ningún modo volver a su antiguo asentamiento. Por la fuerza, encadenados y sujetos a los más duros y oprobiosos castigos, solamente así retornaron a sus antiguos lares en jornadas de sufrimiento que quedaron para siempre grabadas en el inconsciente colectivo.
Además, este Corregimiento constituía el escenario de grandes enfrentamientos interraciales. los pueblos indígenas cansados de tantos años de esclavitud, postergación y marginamiento habían iniciado desde tiempo atrás una serie de levantamientos y sublevaciones que tiñeron de sangre parroquias, anejos y la propia ciudad de Riobamba. El sonido de la quipa o el churo convocando a los naturales para el alzamiento, producía una reacción instantánea entre los blancos y mestizos quienes inmediatamente se encerraban a cal y canto en sus casas y se proveían de las armas que tuvieran a mano para resistir el asalto de los indígenas. El estallido social estaba por producirse, todas las condiciones estaban dadas para ello. En este ambiente anunciador de cambios y profundas tempestades viene al mundo nuestra Antonia León.
Los padres de Antonia, don Manuel León y Gaitán y doña María Rosa Velasco y Maldonado pertenecían a la más rancia nobleza y su casa constituía el centro de las reuniones de la flor y nata de la ciudad, a ella acudían artistas de fama para regocijar a los nobles con sus obras, y en ella se discutían temas de índole político y social. Podría decirse que Antonia se crió y desarrolló en el centro mismo de la Riobamba culta y de sangre azul.
Muchacha formada para la nobleza y por la nobleza, rodeada de servidumbre, peinadores, costureras, en fin, gente que tenía que cumplir el más mínimo sus deseos, sobre todo tomando en cuenta que la tradición nos dice que era una mujer muy bella, refinada y amante de la elegancia y el fasto. Esta era la apariencia exterior de la bella. Por dentro un rebelde corazón crecía, incitaba, ordenaba a tomar una posición definida frente a la vida y el oprobio que miraba a su alrededor. Antonia era consciente de la situación gravísima del pueblo indio, en sus propias haciendas se revelaba contra sus padres cuando veía los malos tratos, casi como a animales a los que eran sometidos los peones y guasicamas.
Poco a poco empezó a florecer en ella un sentimiento de rebeldía, de inconformidad y se sintió identificada con estos grupos humanos desposeídos y explotados más allá de todo lo imaginable.
En su plena juventud contrajo matrimonio con don Manuel Gómez de la Torre Paz, emparentado con los Montúfar, con los cuales compartía las ideas revolucionarias y de libertad para su tierra. La joven recién casada se trasladó a Ibarra, a residir en esta ciudad blanca en la cual bullían ya los pensamientos patrióticos. Siguiendo la tradición aprendida de sus padres, transformó en poco tiempo a su casa en el centro de las reuniones de las más importantes familias de Ibarra. Pero ahora, con su consentimiento, estas reuniones sociales tenían un cariz definido y político, en ellas se conspiraba contra España, se iban buscando nuevos adeptos y se trazaban los planes necesarios para el trabajo de los grupos insurgentes. De tal naturaleza cruciales llegaron a ser estas reuniones, que muchos patriotas, subrepticiamente, viajaban desde distintos lugares del país para acudir a ellas y participar en los trabajos y acciones que se iban tejiendo meticulosamente en torno a la libertad.
Desgraciadamente, Antonia quedó viuda muy pronto, en 1811, emocionalmente destrozada, anímicamente sin fuerzas, pues Manuel había sido una pareja apasionada, alegre, creativa, lleno de inteligencia y de dones y sobre todo compartían los mismos ideales y con similar fuerza luchaban por ellos formando una inigualable unidad que ya causaba admiración y respeto. La bella se aferró a la lucha libertaria, incluso para sobrepasar su dolor y rendir homenaje al que había sido y seguiría siendo la mitad más valiosa de su vida.
Antonia se entregó por completo a la causa revolucionaria. La sociedad estaba cambiando rápidamente, la presencia de los Curas de Riobamba, entre los cuales ella tenía parientes y amigos se volvía fundamental para el pensamiento independentista y sus tesis y denuncia social calaron en la mente y corazones de todos los patriotas. El análisis de los Curas de Riobamba sobre el hecho social fue descarnado: la estancia, las mitas, las gañanías, el sitiaje, la servidumbre, el éxodo rural y el despoblamiento de aldeas quedan perfectamente descritos y demuestran la descomposición a la que se estaba llegando, la misma que podría tomar un cauce inusitado.
La «Defensa de los Curas de Riobamba», escrita por Eugenio de Santa Cruz y Espejo ya había golpeado la conciencia de América entera y «Las cartas Riobambenses», más aún dejaron traslucir el oprobio en el que vivían los indígenas y los más pobres. Ni la conciencia más negra podía permanecer impávida ante estas denuncias que hablaban de nefanda esclavitud.
Entre los Curas de Riobamba, como habíamos mencionado, Antonia tenía lazos de familia y de amistad, tal sucedía con Tadeo Orozco y Piedra, cura de Licán; Dr. José Vallejo, Cura de Yaruquíes; Dr. Sebastián Moncayo, Cura de Guanando. Con todos ellos mantenía correspondencia, les consultaba sus dudas y se hallaba perfectamente empapada de lo que sucedía en su ciudad y Corregimiento.
Al poco tiempo de quedar viuda, sintiéndose encerrada entre recuerdos, decide vender su casa de Ibarra para trasladarse a vivir en Quito. Precisamente llega cuando se inician las llamadas » Guerras de Quito», en las cuales papel tan fundamental jugaron las mujeres, portando su insignia amarilla y negra como signo clave de la independencia. No importaba su clase social, su procedencia, todas estaban unidas por el ideal y por esta causa trabajaban sin descanso y arriesgando su seguridad, bienes y vida.
En 1812, Antonia, conocida como «la Bandola» por la magistral ejecución que hacía de este instrumento de tres cuerdas, con el que alegraba las reuniones sociales, insurge con fuerza en el quehacer revolucionario. Escogió para su residencia en Quito el barrio de Santa Bárbara, en el corazón mismo de la ciudad, en donde el sonido de todas las campanas a diferentes horas del día, le hacía sentir permanentemente acompañada. Se integró por completo a la vida de Quito como una quiteña más. Su casa se convirtió como sabiamente había conseguido hacerlo antes, en el centro de la conspiración contra España, tal como ocurrió en Ibarra. Crece entonces la mujer con dones especiales, todos puestos al servicio de la más noble de las causas. Bajo la apariencia de la noble dama de sociedad que centraliza todas las conversaciones y con el disfraz de la anfitriona perfecta, generosa y refinada, la conspiradora infiltra pensamientos «sediciosos», abre las mentes, golpea los corazones, deja caer consignas, así como si nada, conquista adeptos, aun entre los más recalcitrantes servidores de España.
Realiza, en fin, el más sutil de los espionajes y se dedica a ayudar a escapar a los patriotas que están siendo perseguidos por la Corona. Su vida comienza a correr peligro y las sospechas de las autoridades españolas van cayendo sobre ella. Deciden poner vigilancia permanente a su casa y a todas sus actividades de manera que puedan someterla a prisión en el más ligero de los deslices. Antonia conoce que esto está sucediendo y como una consumada estratega, logra infiltrar su propia «inteligencia» en el bando de los godos, de tal manera que está perfectamente informada de todos los pasos que dan para capturarla e incriminarla. Nada de esto la detiene, ha recorrido ya varias veces el camino de los Andes desde Quito a Pasto para salva a patriotas condenados a prisión y su nombre de guerra «Bandola», comienza ya a ser pronunciado por el pueblo con veneración e interés. Este seudónimo ha surgido del pueblo mismo y no se crea que únicamente por el dominio del instrumento musical, sino por el sabio manejo que la dama sabe dar al sable, el puñal y la pistola, por sus dotes de amazona que corta distancias y vientos sin miedo alguno al mal tiempo y a la ventisca. Aun vestida de hombre, con el poncho salvándola del frío y las altas botas sobre pantalón de paño, el pueblo la reconoce en las cabalgatas urgentes que salen de Quito, ocultando a algún patriota perseguido que debe ser sacado de inmediato de los territorios de la Real Audiencia.
Para este entonces ha formado ya en torno suyo un importante grupo de mujeres conspiradoras a las cuales expresa;
«Es inconcebible que una noble criolla americana pueda soportar impasible los crímenes, los asesinatos, la burla, los impuestos cada día más duros y terribles, el dominio total de los traídos por el viento».
Todas se identifican con estas palabras y se dedican a la lucha con gran entereza y fe. Cada día tiene un mayor número de adeptas.
Llega a Quito TORIBIO MONTES, «El Pacificador», el hombre encargado por la Corona Española de imponer la paz y salvaguardar la tranquilidad en estos reinos. Él inicia una persecución encarnizada y desvergonzada contra todos aquellos de los que siquiera se sospeche, aunque lejanamente que se están volviendo contra el imperio. Es tal su bravura, el odio que destila, y la infamia de sus acciones que el pueblo enseguida le ensopeta el mote de «El carnicero».
Nuestra heroína, hija de los obstáculos, ante los cuales se crece y se engrandece, decide encarar a Montes y así lo hace en todas las reuniones de las casas distinguidas de Quito. En la propia cara le dice a Montes que es un ser cruel y arbitrario. Luego lo desacredita en todas partes, se burla de él, se mofa de su afán de andar siempre rodeado de cuantiosa tropa por el miedo que experimenta hacia el pueblo de Quito y prevaliéndose de su impunidad de mujer bella y respetada se regodea, enrostrándole e inculpándole de los crímenes monstruosos que se hallaba cometiendo contra el pueblo de Quito.
Sus actividades clandestinas durante todo el año 1812, según la memoria social, rebasan la temeridad propia de los varones. Así lo ha proclamado ella, para enfrentarse a todos los peligros: «Sólo inclino mi cabeza frente al talento y a la justicia»
Es precisamente en este año, cuando el Carnicero Montes ha ejecutado las más depravadas acciones, destruyendo a los Montúfar, arrasando a los patriotas de Latacunga y Riobamba, exilando, matando, descuartizando, trayendo a los zambos de Lima a combatir contra el pueblo de Quito, cuando Antonia es acusada por la esposa del Escribano José Vizcaíno, en una reunión —trampa preparada para el efecto—, de ser la seductora de las tropas españolas para que se pasasen al lado del ejército patriota. Se la acusaba inmisericordemente por su afirmación:
«Que las tropas del rey se hallaban mal pagadas, mal vestidas y con poca alimentación y sin ascensos, muy al contrario de lo que sucedía con las tropas de Quito, a quienes el propio pueblo las mantiene con suma decencia y con grados proporcionados al distinguido mérito que labran defendiendo a la patria y que si a este ejército había vencido por el momento Montes, era por traición, por infiltrados que habrían dejado saber los planes verdaderos de la gente de Quito, porque de otro modo esta tropa era insuperable, ya que no luchaba por una paga sino por ideales».
Estas expresiones fueron escuchadas con verdadero escándalo por los chapetones. Antonia pasó a ser el blanco de los cobardes, de los traidores y de los que vivían del imperio español. Al iniciarse las investigaciones, las incriminaciones de los oficiales realistas que estuvieron en la reunión preparada contra la noble mujer, fueron de lo más difamatorias, de tal modo que don Rafael Maldonado, alcalde de Segundo Voto, ordena que se levante contra ella el auto cabeza del proceso «por las expresiones vertidas contra el capitán General Toribio Montes». Ordenan su prisión inmediata, el secuestro y la confiscación de todos sus bienes. La insultaron, la vejaron, la torturaron, la arrojaron a la prisión del Corregimiento en Santa Marta, donde el 18 de diciembre del mismo año le tomaron confesión formal, sujeta a grilletes y con gritos y amenazas de toda índole. Consiguieron y pagaron falsos testigos quienes magnificaron sus expresiones y dieron otros » detalles » de sus actividades contra los Reyes de España. Se trató de implicar a otros patriotas que acudían regularmente a las reuniones en la casa de Antonia, algunos de sus principales amigos tuvieron que huir de la ciudad para no caer también prisioneros.
El 20 de diciembre de ese año, el cabo de Guardia de la Cárcel del Corregimiento de Santa Marta, afirmó haber encontrado en poder de Antonia una daga, para hacer caer sobre ella el delito de tenencia de armas. ¡Cuanto debían temer a esta prisionera para que trataran de destruirla con las más fútiles estratagemas!
Se dictó al fin la sentencia: «La pena de destierro por ocho años a la ciudad de Cuenca y el perdimiento de la mitad de sus bienes».
Toda la infamia había caído sobre la libertaria, creyeron que con esto estaba terminada, exterminada. Pero entre el pueblo llano, en los barrios y caseríos el nombre de «la Bandola» se pronunciaba con devoción, con reverencia. Se comentaba en las reuniones familiares que era una mujer sumamente valiente, que había puesto en juego su vida y su fortuna por ayudar a los patriotas, que no se dejó amilanar ni sobornar por nadie, que era la única persona que no se había sentido atemorizada frente al Carnicero Montes. Y pasaba de boca en boca la leyenda, que, aunque la mantuviesen en la cárcel, ella por las noches cabalgaba ayudando a huir a los patriotas perseguidos o consiguiendo dinero y alimentos para las tropas de los independentistas.
El tinglado creado contra ella cayó en pedazos por la presión del pueblo. El día que salió de la cárcel, Antonia supo que su nombre ya no le pertenecía a ella sino a todo un pueblo, como sinónimo de verdad, de valor contra toda tiranía y opresión.
Su vida se volvió aún más llena de coraje y siguió contribuyendo a la causa de la independencia.
Riobamba, su tierra de nacimiento, ciudad férrea, dura, viril, cuna invicta de la libertad; Ibarra, la ciudad blanca, llena de dones y de belleza, aquella que le hizo conocer la plenitud del amor y Quito, Luz de América, grandiosa, eterna y milenaria, quedaron grabadas para siempre en el corazón de la bella conspiradora y a su vez, su nombre, su cabalgata, su espíritu libre y grande está presente en las tres ciudades a las que amó y en las que inscribió su vida de rebelde y combatiente.
Tomado de: 106 MUJERES PATRIOTAS Y PRECURSORAS DE LA LIBERTAD
Publicado por el Instituto Ecuatoriano de Investigaciones y Capacitación de la Mujer, IECAIM